sábado, 29 de junio de 2013

OTRO TEXTO MODELO PARA LA PREGUNTA 3

TEXTO
¿De dónde vengo?… El más horrible y áspero
de los senderos busca;
las huellas de unos pies ensangrentados
sobre la roca dura,
los despojos de un alma hecha jirones
en las zarzas agudas,
te dirán el camino
que conduce a mi cuna.

¿Adónde voy? El más sombrío y triste
de los páramos cruza,
valle de eternas nieves y de eternas
melancólicas brumas.
En donde esté una piedra solitaria
sin inscripción alguna,
donde habite el olvido,
allí estará mi tumba.

Gustavo Adolfo BÉCQUER: Rimas.

3. Estructura del contenido y principales recursos lingüísticos y literarios. (1 punto)
Antes de responder

Lee atentamente y fíjate
Como suele ser habitual, se nos indica el autor del texto; menos frecuente es la inclusión de la obra a que pertenece. Es importante —aunque no decisivo— tener claro quién es el autor, y saber situarlo en su movimiento literario. Si no fuese así, ten en cuenta que cada época y autor tiene sus propias características formales, sus temas y preocupaciones, sus gustos, sus palabras clave… Observa que se trata de una silva arromanzada, que su temática refleja una concepción pesimista de la existencia, que el léxico remite al campo semántico de la naturaleza animada y a los sentimientos negativos… ¿No te conduce esto al romanticismo, a Bécquer en concreto?

Recuerda
Recuerda las características generales del romanticismo, y las de la poesía romántica y becqueriana en particular. ¿Cuáles reconoces en el texto? Da un repaso a las características del lenguaje literario y refresca tu conocimiento de los recursos o figuras literarias: es algo necesario para explicar determinados usos y técnicas literarias, como verás en la respuesta que proponemos.
El texto pertenece a Gustavo Adolfo Bécquer, sevillano, que vivió una intensa pero corta vida, llena de dificultades amorosas (su amor frustrado, su frágil matrimonio), económicas y de salud. Se trata de un poema de sus Rimas (el manuscrito becqueriano se titulaba Libro de los gorriones), obra poética publicada póstumamente por sus amigos en 1871. Este poema pertenece a la cuarta y última parte del libro, que recoge las rimas de tema existencial, sobre el dolor de vivir, la condición humana, la muerte… En concreto esta es la rima LXVI. Bécquer también escribió en prosa sus no menos célebres Leyendas.
Al igual que Rosalía de Castro, se integra en el grupo de los poetas románticos rezagados, influidos por Heine, cuya poesía tiene ya un carácter más intimista y esencial, con un lenguaje más sencillo y directo. Conviven en la segunda mitad del siglo XIX con el realismo.
El yo lírico (la voz del poeta), en un momento intermedio de su vida, se interroga por las dos grandes cuestiones existenciales (de dónde venimos, adónde vamos); dichas interrogantes se las responde al lector (el tú implícito) identificando el regreso a su origen con un camino de dolor y penurias, y anticipando un destino semejante a un triste y desolado páramo, un valle eterno donde yacer en el olvido y la muerte.
El tema, por tanto, es la angustia existencial, reflejada desde su origen hasta su final como un vivir triste y desolado, encaminado a la desesperanza, la muerte y el olvido. Se sigue el motivo del homo viator (hombre caminante, la vida como camino).

RESPUESTAS

3. Estructura del contenido y principales recursos lingüísticos y literarios. (1 punto)
Estructura
Se diferencian claramente dos partes, que coinciden formalmente con las dos estrofas del poema:
  1. Primera estrofa (vv. 1-8): La pregunta inicial «¿De dónde vengo?» conduce al lector, por un camino de dolor, hacia el origen (cuna) del yo lírico.
  2. Segunda estrofa (vv. 9-16):
2.1. La pregunta «¿Adónde voy?» conduce a un futuro identificado con un páramo desolado (tumba) (vv. 9-12).
2.2. El yo lírico anticipa su muerte y olvido (vv. 13-16).

El poema, pues, está perfectamente estructurado: el yo lírico se sitúa in medias res, en medio del camino de la vida, entre el pasado (en la primera estrofa), y el futuro (en la segunda). Esta estructura dual, antitética, es característica del autor.

Estilo
Se trata de un texto literario, un poema lírico, formado por dos estrofas de ocho versos cada una; en concreto, la silva arromanzada, que mezcla endecasílabos y heptasílabos (con un esquema similar en cada estrofa: 11-,7a,11-,7a,11-,7a,7-,7a), quedando sueltos los impares y rimando los pares en asonante (rima paroxítona o llana). La estructura externa simétrica refuerza la dualidad interna.
Además de la evidente función poética, también predomina la expresiva o emotiva: el yo lírico (con el que se identifica el yo romántico del autor) trata de expresar su angustia existencial, su desazón vital, uno de los temas claves del romanticismo. Pero, en cuanto que busca y cruza son formas imperativas dirigidas a un tú (luego leemos «te dirán»), actúa la función apelativa, en un intento de hacer al lector copartícipe de las reflexiones e implicando cierto carácter de texto dialogado.
El autor adopta uno de los motivos literarios clásicos en la literatura: el homo viator, la vida como camino (ya en las Coplas de Manrique), aquí desde una visión negativa: caminar por un valle de lágrimas. Otro motivo, característico de los románticos, es la expresión de la angustia de vivir a través de una alegoría paisajística animada: senderos horribles, de zarzas agudas, con huellas ensangrentadas, páramos sombríos, valles nevados, tumbas olvidadas… símbolos terribles de la existencia.
La cohesión entre los dos apartados de la estructura se consigue mediante un paralelismo sintáctico (o isocolon) en el comienzo de ambos. Se establece así una semejanza igualmente negativa entre el origen y el destino del yo lírico. La única diferencia radica en que los puntos suspensivos han desaparecido tras la segunda interrogación retórica (en la primera, «¿De dónde vengo?…», sugerían el tiempo pasado que hay que recordar), porque ya no son necesarios, pues todos sabemos hacia dónde vamos y conocemos la certidumbre de la muerte.
El motivo literario del homo viator establece los elementos poéticos: el yo lírico (caminante) y su asociación a los elementos paisajísticos del origen y el destino, todo desde una perspectiva anímica (concretada en la metáfora «los despojos de un alma hecha jirones»). La función apelativa de los imperativos introduce al lector en la reflexión y logra que esta sea genérica, de todos. Al comenzar cada estrofa, el hipérbaton respectivo consigue que tanto «el más horrible y áspero» como «el más sombrío y triste», aislados en sus versos, puedan atribuirse (como hipálages, al igual que en «melancólicas brumas») también al yo lírico que ha formulado retóricamente las interrogaciones, además de a «los senderos» y «los páramos» respectivos. Los hipérbatos también intensifican la sensación de que estamos ante senderos y páramos retorcidos, inextricables (asimismo, por supuesto, —semánticamente— la adjetivación valorativa en grado de superlativos relativos). Es también destacable el hipérbaton del verso final, que permite cerrar el poema con la metonímica tumba, final de la vida, final del poema, además de permitir la correlación con la también metonímica cuna, palabra final de la primera estrofa (de la cuna a la sepultura). Bécquer gusta de cierres concisos e intensos.

La sobreadjetivación, incluso bimembre —generalmente explicativa, epítetos—, tan habitual en los románticos, intensifica lo negativo. El campo semántico del peregrino, viajero (con un léxico reconocible como romántico: horrible, despojos de un alma, páramos, sombrío y triste, melancólicas brumas, piedra solitaria, tumba…) crea sugerencias y connotaciones que se amplían para un lector culto: los despojos —y los redundantes jirones— de un alma remiten a la metáfora sobreentendida de las telas del alma; o el valle de eternas nieves se asocia al valle de lágrimas cristiano, o al valle de Josafat (el valle de la eternidad, de los muertos). Es de destacar, por cierto, cómo el encabalgamiento «eternas / melancólicas brumas» impregna de eternidad el blanco níveo de la página. Aunque se atisba una trascendencia incierta en «melancólicas brumas», la visión negativa de la vida conduce a que solo veamos como posible (de ahí el paralelismo con los subjuntivos: «donde esté [] donde habite») la muerte y el olvido (este personificado): la piedra solitaria, a modo de lápida sin inscripción. El asíndeton, constante a lo largo del poema, transmite también esa sensación de rapidez inevitable. Y la aliteración de las vibrantes y nasales especialmente crean una sensación sonora que se carga de las negativas impresiones sugeridas.

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