TEXTO
¿De
dónde vengo?… El más horrible y áspero
de
los senderos busca;
las
huellas de unos pies ensangrentados
sobre
la roca dura,
los
despojos de un alma hecha jirones
en
las zarzas agudas,
te
dirán el camino
que
conduce a mi cuna.
¿Adónde
voy? El más sombrío y triste
de
los páramos cruza,
valle
de eternas nieves y de eternas
melancólicas
brumas.
En
donde esté una piedra solitaria
sin
inscripción alguna,
donde
habite el olvido,
allí
estará mi tumba.
Gustavo
Adolfo BÉCQUER: Rimas.
3. Estructura del contenido y principales recursos
lingüísticos y literarios. (1 punto)
Antes de responder
Lee atentamente y fíjate
Como suele ser habitual, se nos indica el
autor del texto; menos frecuente es la inclusión de la obra a que pertenece. Es
importante —aunque no decisivo— tener claro quién es el autor, y saber situarlo
en su movimiento literario. Si no fuese así, ten en cuenta que cada época y
autor tiene sus propias características formales, sus temas y preocupaciones,
sus gustos, sus palabras clave… Observa que se trata de una silva arromanzada,
que su temática refleja una concepción pesimista de la existencia, que el
léxico remite al campo semántico de la naturaleza animada y a los sentimientos
negativos… ¿No te conduce esto al romanticismo, a Bécquer en concreto?
Recuerda
Recuerda las características generales del
romanticismo, y las de la poesía romántica y becqueriana en particular. ¿Cuáles
reconoces en el texto? Da un repaso a las características del lenguaje
literario y refresca tu conocimiento de los recursos o figuras literarias: es
algo necesario para explicar determinados usos y técnicas literarias, como
verás en la respuesta que proponemos.
El texto pertenece a Gustavo Adolfo Bécquer, sevillano, que vivió una
intensa pero corta vida, llena de dificultades amorosas (su amor frustrado, su
frágil matrimonio), económicas y de salud. Se trata de un poema de sus Rimas (el manuscrito becqueriano se
titulaba Libro de los gorriones), obra
poética publicada póstumamente por sus amigos en 1871. Este poema pertenece a
la cuarta y última parte del libro, que recoge las rimas de tema existencial,
sobre el dolor de vivir, la condición humana, la muerte… En concreto esta es la
rima LXVI. Bécquer también escribió en prosa sus no menos célebres Leyendas.
Al igual que Rosalía de Castro, se integra en el grupo de los poetas
románticos rezagados, influidos por Heine, cuya poesía tiene ya un carácter más
intimista y esencial, con un lenguaje más sencillo y directo. Conviven en la
segunda mitad del siglo XIX con el realismo.
El yo lírico (la voz del poeta), en un momento intermedio de su vida, se
interroga por las dos grandes cuestiones existenciales (de dónde venimos,
adónde vamos); dichas interrogantes se las responde al lector (el tú implícito)
identificando el regreso a su origen con un camino de dolor y penurias, y
anticipando un destino semejante a un triste y desolado páramo, un valle eterno
donde yacer en el olvido y la muerte.
El tema, por tanto, es la angustia
existencial, reflejada desde su origen hasta su final como un vivir triste y
desolado, encaminado a la desesperanza, la muerte y el olvido. Se sigue el
motivo del homo viator (hombre
caminante, la vida como camino).
RESPUESTAS
3. Estructura del
contenido y principales recursos lingüísticos y literarios. (1 punto)
Estructura
Se diferencian claramente dos partes, que coinciden formalmente con las
dos estrofas del poema:
- Primera estrofa (vv. 1-8): La pregunta
inicial «¿De dónde vengo?» conduce al lector, por un
camino de dolor, hacia el origen (cuna) del yo lírico.
- Segunda estrofa (vv. 9-16):
2.1. La pregunta «¿Adónde voy?» conduce a un futuro identificado
con un páramo desolado (tumba) (vv. 9-12).
2.2. El yo lírico anticipa su muerte y olvido (vv. 13-16).
El poema, pues, está perfectamente estructurado: el yo lírico se sitúa in medias res, en medio del camino de la vida, entre el pasado (en
la primera estrofa), y el futuro (en la segunda). Esta estructura dual,
antitética, es característica del autor.
Estilo
Se trata de un texto literario, un poema lírico, formado por dos
estrofas de ocho versos cada una; en concreto, la silva arromanzada, que mezcla
endecasílabos y heptasílabos (con un esquema similar en cada estrofa:
11-,7a,11-,7a,11-,7a,7-,7a), quedando sueltos los impares y rimando los pares
en asonante (rima paroxítona o llana). La estructura externa simétrica refuerza
la dualidad interna.
Además de la evidente función poética, también predomina la expresiva o
emotiva: el yo lírico (con el que se identifica el yo romántico del autor)
trata de expresar su angustia existencial, su desazón vital, uno de los temas
claves del romanticismo. Pero, en cuanto que busca y cruza son formas imperativas dirigidas a un tú (luego
leemos «te dirán»),
actúa la función apelativa, en un intento de hacer al lector copartícipe de las
reflexiones e implicando cierto
carácter de texto dialogado.
El autor adopta uno de los motivos literarios clásicos en la literatura:
el homo viator, la vida como camino
(ya en las Coplas de Manrique), aquí
desde una visión negativa: caminar por un valle de lágrimas. Otro motivo,
característico de los románticos, es la expresión de la angustia de vivir a
través de una alegoría paisajística animada: senderos horribles, de zarzas agudas,
con huellas ensangrentadas, páramos sombríos, valles nevados, tumbas olvidadas…
símbolos terribles de la existencia.
La cohesión entre los dos apartados de la estructura se consigue
mediante un paralelismo sintáctico (o isocolon) en el comienzo de ambos. Se
establece así una semejanza igualmente negativa entre el origen y el destino
del yo lírico. La única diferencia radica en que los puntos suspensivos han
desaparecido tras la segunda interrogación retórica (en la primera, «¿De dónde vengo?…», sugerían el tiempo
pasado que hay que recordar), porque ya no son necesarios, pues todos sabemos
hacia dónde vamos y conocemos la certidumbre de la muerte.
El motivo literario del homo
viator establece los elementos poéticos: el yo lírico (caminante) y su
asociación a los elementos paisajísticos del origen y el destino, todo desde
una perspectiva anímica (concretada en la metáfora «los despojos de un alma
hecha jirones»). La función apelativa de los imperativos introduce al
lector en la reflexión y logra que esta sea genérica, de todos. Al comenzar
cada estrofa, el hipérbaton respectivo consigue que tanto «el más horrible y áspero» como
«el más sombrío y triste», aislados en sus versos, puedan
atribuirse (como hipálages, al igual
que en «melancólicas brumas»)
también al yo lírico que ha formulado retóricamente las interrogaciones, además
de a «los senderos»
y «los páramos» respectivos. Los hipérbatos también
intensifican la sensación de que estamos ante senderos y páramos retorcidos,
inextricables (asimismo, por supuesto, —semánticamente— la adjetivación
valorativa en grado de superlativos relativos). Es también destacable el
hipérbaton del verso final, que permite cerrar el poema con la metonímica tumba, final de la vida, final del
poema, además de permitir la correlación con la también metonímica cuna, palabra final de la primera
estrofa (de la cuna a la sepultura).
Bécquer gusta de cierres concisos e intensos.
La sobreadjetivación, incluso
bimembre —generalmente explicativa, epítetos—, tan habitual en los románticos,
intensifica lo negativo. El campo semántico del peregrino, viajero (con un
léxico reconocible como romántico: horrible,
despojos de un alma, páramos, sombrío y triste, melancólicas brumas, piedra
solitaria, tumba…) crea sugerencias y connotaciones que se amplían para un
lector culto: los despojos —y los
redundantes jirones— de un alma
remiten a la metáfora sobreentendida de las telas del alma; o el valle
de eternas nieves se asocia al valle de lágrimas cristiano, o al valle de
Josafat (el valle de la eternidad, de los muertos). Es de destacar, por cierto,
cómo el encabalgamiento «eternas /
melancólicas brumas» impregna de eternidad el blanco níveo
de la página. Aunque se atisba una trascendencia incierta en «melancólicas brumas»,
la visión negativa de la vida conduce a que solo veamos como posible (de ahí el
paralelismo con los subjuntivos: «donde
esté […] donde habite») la muerte y el
olvido (este personificado): la piedra solitaria, a modo de lápida sin
inscripción. El asíndeton, constante
a lo largo del poema, transmite también esa sensación de rapidez inevitable. Y
la aliteración de las vibrantes y nasales especialmente crean una sensación
sonora que se carga de las negativas impresiones sugeridas.
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